viernes, 15 de diciembre de 2006

LOS CERROS. UNA VISITA ESTACIONAL.

UN AÑO EN LOS CERROS


El alcaudón real contempla el monte desde lo alto de una rama. Es primavera y el entorno se va poco a poco despertando tras el reposo invernal. Las espectaculares mariposas comienzan a revolotear entre las hierbas de las siete sangrías y las ahulagas floridas. Las cleopatras, de intenso color amarillo limón, se mezclan con las hermosas atalantas y agitan sus alas al ritmo del canto de los carboneros.

Bajo los agradables rayos de este sol primaveral empiezan a brotar las yemas nuevas de la coscoja. El arrullo de las palomas torcaces y el musical canto del mirlo acompañan al rey del bosque, el azor, que majestuoso sobrevuela el monte.

Mientras tanto, en el suelo, el lagarto ocelado toma el sol. A pesar de su agresivo aspecto y de su gran tamaño, este joven pronto huirá ante cualquier eventualidad. Un sobresalto nos espera en el camino. Es la lagartija colilarga, que se esconde bajo la hojarasca, sorprendiéndonos al oírla correr.

El día transcurre apacible y, poco a poco, el monte se va llenando con los sonidos del atardecer. A medida que nos acercamos al agua remansada de la cuesta detectamos la actividad de unos pequeños animales. Es un maravilloso concierto el rítmico sonido metálico del sapo corredor. De pronto, una repetitiva nota aflautada nos confunde, ¿es el autillo?. Es lo que inunda el monte en primavera y lo que oyen las crías del búho en su nido. Es una de las marcas del comienzo de un nuevo ciclo.

Si el invierno pasado ha sido estable, con el calor llega el color. Las moradas flores de la moríscola y las amarillas del jazmín en sus vaguadas salpican los cerros con sus alegres colores. El calor va haciéndose cada vez más intenso y, en circunstancias normales, la lluvia debería acompañarnos de cuando en cuando. Las barrancas dejan discurrir el agua y el paisaje estático de repente se vuelve dinámico.

Quienes nunca van a fallar van a ser las currucas, auténticas protagonistas sonoras de los cerros e inseparables acompañantes nuestras, unas durante todo el año y otras sólo durante el caluroso verano, como la curruca tomillera de los barrillares, aunque siempre muy difíciles de ver.

El calor aprieta y el bosquete húmedo del manantial previo al Cerro Colorado ofrece un ligero respiro en el monte. Herrerillos, papamoscas, verdecillos, verderones, mitos y ruiseñores mezclan sus cantos y su presencia, cruzando de árbol en árbol ante nosotros y en la espesura, en la sombra, el descansadero de los jabalíes.

Las abejas, afanosas en su labor diaria, nos preparan su mejor miel. Pero, revolotean nerviosas. Se avecina una tormenta.

Tras la calma vemos arriba, en lo alto, una pareja de águila real de vuelo impecable y belleza singular, que planea inspeccionando el terreno en busca de alimento y, sobre el vertedero, cientos de milanos negros en su parada hacia sus cuarteles de invernada en África.

Día a día, las horas de sol se van reduciendo y el otoño se anuncia.

Nuevos visitantes se acercan a nuestro monte para reponer fuerzas en su largo camino migratorio. Son aves de paso como el colirrojo real y la curruca zarcera, que se detienen en este monte para luego dirigirse a sus lugares de invernada. De pronto: “ gru-gru-gru”, cientos de grullas en formación vienen del norte de Europa a pasar el invierno en la Península. Hay que reponer fuerzas, comer bellotas y prepararse para el vuelo de vuelta antes de la primavera a las zonas de cría. Muchas pasan por Alcalá y en un mismo día hasta cerca de tres mil.

Tras el seco y caluroso verano, los arces de montpellier tornan el color de sus hojas y sus ramas, pobladas de hojas verdes en verano, se van tiñendo de rojo.

La luz también es diferente. Los inclinados rayos del sol se reflejan en el rojo arcilla del paisaje. Y Azaña decía: “El poniente repinta el carmín de los visos; los cerros se hacen ascua. Veladuras de rosa ennoblecen la compostura viril de los barrancos”. Algunas nubes amenazantes anuncian las primeras lluvias otoñales.

Con ellas aparecerán los nuevos frutos del bosque. Las amanitas, las setas de chopo, las de pie azul. Un mundo apasionante. Y junto a los buscadores de setas los visitantes habituales de los cerros: los ciclistas, los senderistas y los esforzados fondistas.

Poco a poco, las noches se alargan. Llegan las primeras heladas y, a veces, la nieve. El frío. Es el invierno del reyezuelo listado, del confiado petirrojo y del zorzal. Y allí, en su atalaya, el alcaudón real sigue contemplando el monte. El tiempo no se detiene. Se ha cumplido un ciclo más.

1 comentario:

Nueva Alcalá Existe dijo...

Hola
Me ha encantado tu crónica primaveral de los cerros. Una delicia.